En el fragor de la batalla,
en el rugir de la fiera frente a mi presencia,
recurro a tu imagen como referencia
para derrotar el temor que a mi valentía calla.
Culminado está el sendero de mi vida,
predestinado a la humildad en el día a día,
a sabiendas que tu recuerdo consumirá el alma mía
y mi cuerpo perecerá en noche sombría.
Epopeyas de antiguas victorias,
susurro al destino que me despoje de tus heridas,
consiguiendo tan solo aumentar en el corazón esas crueles espinas
que lo desangran y destruyen como almas baldías.
Tan solo me queda una triste solución,
morir en el campo de batalla con tremenda desilusión,
conservando la creencia en el más allá y su sanación,
Con la esperanza de que reces por mi alma con profunda devoción.
Así concibo tu belleza,
en el principio de tu inocencia;
ese largo y penoso tormento
y la futura llegada de la tristeza
de los que desean y quieren,
pero sucumben al amor inquieto ,
muriendo por una creencia,
que jamás llegará a cubrir su reto,
con tan vana inocencia.
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